Todo empezó cuando ella se dejó transportar una vez más a esas historias de tinta que encerraba el secreto de la vida que intentaba escapar. El sol brillaba en su rostro y ella seguía intentando dejarse consumir por las paginas de la invención de un extraño. La vida, tal como era, la aburría demasiado. Por dentro sabía que tenía que vivirla, pero ¿cuanto daño podía hacer solo unas horas de abstracción?
A metros de ese mundo paralelo al que intentaba entrar, una mirada la molestaba. Era penetrante e inocente a la vez, la perfecta combinación de lo que estaba buscando, y lo que iba a sorprenderla. Su mirada decía: Te veo, veo todo tu vos. Veo tu batalla interna, aquella que otro te dejo el día en que se fue. Veo el amor incondicional que le das a aquellos que te quieren. Veo tu egoísmo, tu nena chica, tu agresión, tu ira hacia vos misma. Esas son las partes que más quiero de vos. Veo lo que amas, lo que hace sentir viva. Y me veo a mí, con vos, sabes que va a estar bien.
El libro le gritó: LEVANTA LA CABEZA, y ella cortó el trance y lo miró. Vio otra historia en su mirada, uno del que sabía todo incluso antes de leerlo. Vio su cara de niño guapo, su sentido del humor, su estupidez de adolescente que escondía un intelecto sobrenatural. Se comportaba como un hombre, lo podía descifrar por la manera que caminaba con su chaqueta de cuero y los ojos detrás de esas gafas oscuras. No había nada en la superficie que podía indicar un amor eterno (a lo sumo una apasionada noche de licores) pero él la dejo ver más allá. La dejo ver su lucha constante, de la cual todos los días ganaba con una esplendorosa sonrisa. Y de repente ella no se sintió digna de su mirada. Pero a él no le importaba, esta vez iba a enamorarla.
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